Imagina esto: Es 2029. La IA se ha vuelto omnipresente—madura, integrada en la estructura de todo lo que hacemos.

Pero aquí está el truco: la mayor parte de ella permanece bloqueada tras puertas cerradas.

¿Al principio? Pura emoción. Todos están entusiasmados con las posibilidades.

Luego, la realidad se impone.

Un pequeño grupo de mega-corporaciones termina controlando los modelos en sí. Ellos dictan los resultados. Escriben las reglas de participación. Manipulan los incentivos.

Lo que sucede después se vuelve más oscuro. Estos guardianes manipulan los algoritmos a su gusto. Las narrativas se esculpen cuidadosamente. La distribución del valor fluye exactamente donde ellos deciden que debe ir.

¿Esta concentración de poder? No es inevitable. Es una elección. Y es precisamente por eso que las alternativas de código abierto y la infraestructura descentralizada importan más que nunca.